6/02/2006

Estratos

Por Slawomir Mrozek. Retiramos cuidadosamente una capa de cenizas volcánicas debajo de la cual había algo. Apareció la forma de una cabeza humana con gafas. Gracias a las propiedades de la tierra volcánica, se había conservado perfectamente, como un vaciado en yeso. -Parece un japonés -juzgó el profesor, que era el más célebre arqueólogo del siglo XLVI. Desenterramos al ex japonés hasta la cintura. En sus manos petrificadas tenía una cámara de fotos petrificada. -Correcto -dijo el profesor-. Dinastía Nikon, modelo automático con láser, finales del siglo XXXI. Un metro y medio por debajo del japonés encontramos el fósil de un hombre gordo en pantalón corto, también con una cámara. -Asai, primera mitad del siglo XXVII. -¿O sea, que también es japonés? -No, la cámara es japonesa, pero el hombre no. Es un europeo, de la región de Baviera. Tres metros más abajo, una sorpresa. Un autocar entero, de dos pisos, con lavabo químico. Había unos sesenta individuos sentados, fotografiando desde las ventanas con cámaras japonesas. El autobús, los pasajeros, las cámaras, todo petrificado. El profesor se frotó las manos de contento. -El mayor descubrimiento de la era del tardío Demokratos que conozco. Una prueba irrefutable de que en el Norte, por debajo de la capa de las contaminaciones industriales procedentes de la Europa del Este, existió antaño una civilización llamada escandinava. -¿Cómo lo sabe? -Muy sencillo. El autobús lleva matrícula de Estocolmo. Por debajo de la excursión encontramos a alguien que el profesor identificó como un visitante de Detroit, Michigan, EEUU, finales del siglo XX. Llegó a esta conclusión siguiendo el método deductivo. El hallazgo no se pudo identificar como ninguna otra cosa, o sea que tenía que ser aquello y nada más. Aparte de que había signos de la deuda internacional en la arruga de su frente. El americano sostenía con ambas manos una cámara de fotos japonesa. -Aquí hay una mano adicional -advertí. -¿Dónde? -En el bolsillo de atrás. Apartamos la ceniza. La mano pertenecía a un joven de tipo mediterráneo, también petrificado. -Típico de la cultura meridional -constató el profesor-. La curvatura del bolsillo indica que contenía una cartera. Todo esto prueba que la catástrofe se produjo repentinamente. ¿Qué opina usted? -Creo que fueron sepultados. -Eso es, en los intervalos correspondientes a las sucesivas erupciones del Vesubio. Primero el americano, a finales del siglo xx. Después los demás, sucesivamente hasta la última catástrofe, que tuvo lugar hace mil quinientos años. -Pero, ¿qué hay por debajo del americano? -Pompeya. Una ciudad de la antigua Roma del siglo V antes de la era cristiana, destruida por una erupción del volcán en el primer siglo de esta era, descubierta en el siglo XVII, ya en el siglo XIX se convirtió en una atracción turística. El turista de América estaba fotografiando Pompeya a finales del siglo XX, cuando el Vesubio volvió a entrar en erupción y lo sepultó. Pasaron siglos y descubrieron al americano, que a su vez se convirtió en una atracción turística. Hasta que los que le estaban fotografiando quedaron también sepultados. Fueron descubiertos algún tiempo más tarde y nuevos turistas siguieron fotografiándolos. Estos también quedaron sepultados. Uno de los turistas sepultados la última vez fue ese japonés. El Vesubio está inactivo desde hace quince siglos. Pero, ¿qué hace? -Una foto. Al fin y al cabo, esta última atracción aún no ha sido fotografiada por nadie. ¡Yo seré el primero! Antes de que el profesor tuviera tiempo de arrancarme la cámara de las manos, el Vesubio soltó la primera humareda.